100 años de Platero y yo
En 1914 se publicó por primera vez (Ediciones de la lectura) En 1917 se
publicó la edición completa (Editorial Calleja, Madrid). Aparte de la ternura,
la belleza, la alegría y el dolor (van juntos en la vida, también) las escena
de la vida cotidiana de Moguer y sus personajes, hay que saber leer entre líneas
la crítica social. No fue pensado como un libro para niños, porque
hace 100 años Juan Ramón ya sabía que “el niño puede leer los libros
que lee el hombre” Creo que los niños de hoy no lo conocen. Esta es una buena
oportunidad para incluirlo en un plan de lectura en las escuelas. Y para que
los grandes lo releamos.
“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se
diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de aza-
bache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su
hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas. . .
Lo llamo dulcemente: "Platero?", y viene a mí con un trotecillo
alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal . . .
Come cuanto le doy. Le gustan naranjas, mandarinas, las uvas
moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina go-
tita de miel . . .
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña . . .; pero
fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos,
por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos
de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tiene acero. . .
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.”
diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de aza-
bache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su
hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas. . .
Lo llamo dulcemente: "Platero?", y viene a mí con un trotecillo
alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal . . .
Come cuanto le doy. Le gustan naranjas, mandarinas, las uvas
moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina go-
tita de miel . . .
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña . . .; pero
fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos,
por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos
de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tiene acero. . .
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.”
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