jueves, 31 de mayo de 2012

Mayo. Mes del Libro. Día 31

Horacio Quiroga


Imagen tomada de aquí. Si visitan este blog encontrarán mucho para leer.




La abeja haragana (tomado de aquí)

Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.
Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.
Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.
Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:
—Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.
La abejita contestó:
—Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.
—No es cuestión de que te canses mucho —respondieron—, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.
Y diciendo así la dejaron pasar.
Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:
—Hay que trabajar, hermana.
Y ella respondió en seguida:                                          
—¡Uno de estos días lo voy a hacer!
—No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron—, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.
Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:
—¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!
—No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido —le respondieron—, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.
Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.
Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.
La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.
—¡No se entra! —le dijeron fríamente.
—¡Yo quiero entrar! —clamó la abejita—. Esta es mi colmena.
—Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras—. No hay entrada para las haraganas.
—¡Mañana sin falta voy a trabajar! —insistió la abejita.
—No hay mañana para las que no trabajan— respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.
Y diciendo esto la empujaron afuera.
La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.
Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.
—¡Ay, mi Dios! —clamó la desamparada—. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.
Pero de nuevo le cerraron el paso.
—¡Perdón! —gimió la abeja—. ¡Déjenme entrar!
—Ya es tarde —le respondieron.
—¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!
—Es más tarde aún.
—¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!
—Imposible.
—¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:
—No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.
Y la echaron.
Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.
Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.
En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacia tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.
Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:
—¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.
Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró sino que le dijo: —¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.
—Es cierto —murmuró la abeja—. No trabajo, y yo tengo la culpa.
—Siendo así —agregó la culebra, burlona—, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.
La abeja, temblando, exclamo entonces: —¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.
—¡Ah, ah! —exclamó la culebra, enroscándose ligero —. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?
—No, no es por eso que nos quitan la miel —respondió la abeja.
—¿Y por qué, entonces?
—Porque son más inteligentes.
Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:
—¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.
Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:
—Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.
—¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? —se rió la culebra.
—Así es —afirmó la abeja.
—Pues bien —dijo la culebra—, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.
—¿Y si gano yo? —preguntó la abejita.
—Si ganas tú —repuso su enemiga—, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?
—Aceptado —contestó la abeja.
La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:
Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.
Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.
—Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra—. ¡Fíjate bien, atención!
Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.
La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:
—Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.
—Entonces, te como —exclamó la culebra.
—¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.
—¿Qué es eso?
—Desaparecer.
—¿Cómo? —exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa—. ¿Desaparecer sin salir de aquí?
—Sin salir de aquí.
—¿Y sin esconderte en la tierra?
—Sin esconderme en la tierra.
—Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida — dijo la culebra.
El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.
La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:
—Ahora me toca a mi, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga “tres”, búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!
Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:”uno…, dos…, tres”, y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.
La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?
No había modo de hallarla.
—¡Bueno! —exclamó por fin—. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?
Una voz que apenas se oía —la voz de la abejita— salió del medio de la cueva.
—¿No me vas a hacer nada? —dijo la voz—. ¿Puedo contar con tu juramento?
—Sí —respondió la culebra—. Te lo juro. ¿Dónde estás?
—Aquí —respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.
¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.
La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.
La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.
Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.
Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.
Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.
Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.
Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:
—No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.


Me pareció que lo mejor para cerrar el Mes del Libro es un cuento, ya clásico, de nuestro Horacio Quiroga. De todas maneras son seguimos encontrando por aquí con libros y otras cosas.  

miércoles, 30 de mayo de 2012

Un regalo




Me lo compartió mi amiga Sonia y es una belleza. A disfrutarlo!!!

Mayo. Mes del Libro. Día 30


Gianni Rodari


"Escritor, periodista, pero también militante político, maestro y pedagogo, para Gianni Rodari, todas estas actividades forman parte de una misma militancia, la de abrir en el mundo un espacio para la imaginación creadora, la de permitir a los niños intervenir en ese mundo imaginando nuevas posibilidades, llevándolas a cabo."
Tomado de aquí




El sol y la nube


 El sol viajaba por el cielo, alegre y glorioso sobre su carro de fuego, lanzando sus rayos en todas
las direcciones, a pesar de la rabia de una nube de humor de temporal, que rezongaba.
                   
- Despilfarrador, mano rota, regala, regala tus rayos, verás cuántos te van a quedar. En los viñedos
 cada grano de uva que  maduraba sobre los sarmientos robaba un rayo al minuto, o  también dos;
 y no había una brizna de hierba, o araña, o flor, o gota de agua, que no se tomase su parte.

- Deja, deja que todos te despojen: verás como te lo agradecerán, cuando no tengas nada más
para regalarles.
El sol continuaba alegremente su viaje, regalando rayos por millones, por miles de millones, sin contarlos.

Solamente al ocaso contó los rayos que le quedaban: y fíjate,  no le faltaba ni siquiera uno. La nube,
de la sorpresa, se disolvió en granizo.
 El sol se zambulló alegremente tras el horizonte.



Uno y siete


He conocido un niño que tenía siete años. Vivía en Roma, se llamaba Paolo, y su padre era un tranviario.
                   
Pero vivía también en París, se llamaba Jean, y su padre trabajaba en una fábrica de automóviles.
                   
Pero vivía también en Berlín, y allá arriba se llamaba Kart, y su padre era un profesor de violonchelo.
                   
Pero vivía también en Moscú, se llamaba Yuri, como Gagarin, y su padre era albañil y estudiaba  matemáticas.
                   
 Pero vivía también en Nueva York, se llamaba Jimmy, y su padre tenía una gasolinera.
                   
 ¿Cuántos he dicho ya? Cinco. Me faltan dos:
 uno se llamaba Ciú, vivía en Shangai y su padre era un pescador; el último se llamaba Pablo, vivía en Buenos Aires, su padre era escalador.
                   
 Paolo, Jean, Kart, Yuri, Jimmy, Ciú y Pablo eran siete pero siempre el mismo niño que tenía ocho años, sabía ya leer y escribir y andaba en bicicleta sin apoyar las manos en el manillar.
                   
Paolo era trigueño, Jean era blanco y Kart, castaño, pero eran el mismo niño. Yuri tenía la piel blanca,
 Ciú la tenía amarilla, pero eran el mismo niño. Pablo iba al cine en español y Jimmy en inglés, pero eran
 el mismo niño, y reían en el mismo idioma.
                   
Ahora han crecido los siete, y no podrán hacerse la guerra, porque los siete son una sola persona.


A jugar con el bastón


Un día el pequeño Claudio jugaba en el zaguán, y por la calle pasó un hermoso anciano con los lentes de oro, que caminaba encorvado, apoyándose en un bastón, y precisamente delante del portón se le cayó el bastón.
                   
Claudio fue presuroso a recogérselo y se lo dio al viejo, que le sonrió y dijo:
                   
 - Gracias, pero no me sirve. Puedo caminar muy bien sin él. Si te gusta, tenlo.
                   
 Y sin esperar respuesta se alejó, y parecía menos encorvado que antes.
                   
 Claudio permaneció allí con el bastón entre las manos y no sabía qué hacer.
                   
 Era un bastón común de madera, con el mango curvo y la punta de hierro, y no se notaba nada más especial. Claudio golpeó dos o tres veces la punta en el suelo, después, casi sin pensarlo montó a horcajadas el bastón y he aquí que no era más un bastón, sino un caballo, un maravilloso potro negro con una estrella blanca en la frente, que se lanzó al galope alrededo del patio, relinchando y haciendo salir centellas de los guijarros.
 Cuando Claudio, un poco maravillado y un poco asustado, logró poner el pie en el suelo, el bastón era nuevamente un bastón, y no tenía cascos sino una sencilla punta oxidada, ni crines de caballo, sino
 el mismo mango encorvado.
- Quiero probar de nuevo -dijo Claudio, cuando logró recobrar el aliento.
 Montó de nuevo el bastón, y esta vez no fue un caballo, sino un solemne camello con dos jorobas
y el patio era un inmenso desierto para atravesar, pero Claudio no tenía miedo y observaba desde lejos, para ver aparecer el oasis.
“Ciertamente es un bastón encantado”, se dijo Claudio, montándolo por tercera vez.
 Ahora era un automóvil de carreras, todo rojo con el número escrito en blanco sobre el capó, y el
patio una pista ruidosa, y Claudio llegaba siempre el primero a la meta.
Después, el bastón fue una motonave y el patio un lago con aguas tranquilas y verdes, y después
 una nave espacial que surcaba los espacios, dejando tras de sí una estela de estrellas.
 Cada vez que Claudio ponía el pie en tierra el bastón tomaba su aspecto pacífico, el mango lúcido,
 el viejo herrete. La tarde pasó rápida entre aquellos juegos.
  Hacia la noche Claudio se asomó hacia la carretera, y he aquí que ve al viejo con los lentes de oro.
 Claudio lo observó con curiosidad, pero no pudo ver en él nada de especial: era un viejo señor
cualquiera, un poco cansado por el paseo.
 -¿Te gusta el bastón?, preguntó sonriendo a Claudio. Claudio creyó que se lo pedía, y se lo alargó, enrojecido. Pero el viejo hizo señal de que no.
 -Tenlo, tenlo, dijo. ¿Qué hago yo con un bastón? Tú puedes volar, yo sólo podré apoyarme. Me
apoyaré en el muro y será lo mismo.
Y se fue sonriendo, porque no hay persona más feliz que el viejo que puede regalar alguna cosa a
 un niño.


Historia universal

Al principio, la Tierra estaba llena de fallos y fue una ardua tarea hacerla más habitable. No había puentes para atravesar los ríos. No había caminos para subir a los montes. ¿Quería uno sentarse? Ni siquiera un banquillo, ni sombra. ¿Se moría uno de sueño? No existían las camas.

 Ni zapatos, ni botas para no pincharse los pies. No había gafas para los que veían poco. No había balones para jugar un partido; tampoco había ni ollas ni fuego para cocer los macarrones. No había nada de nada. Cero tras cero y basta.

Sólo estaban los hombres, con dos brazos para trabajar, y así se pudo poner remedio a los fallos más grandes. Pero todavía quedan muchos por corregir: ¡arremangaos, que hay trabajo para todos!

Aprobado más dos

- Socorro, socorro -grita huyendo un pobre Diez.
 - ¿Qué hay? ¿Qué te pasa?
 - ¿Pero es que no lo veis? Me persigue una Resta. Si me  alcanza, estoy perdido.
 - Anda, perdido...
Dicho y hecho: la Resta ha atrapado al Diez y le salta encima repartiendo estocadas con su afiladísima espada. El pobre Diez pierde un dedo, y luego otro. Afortunadamente para él pasa un  coche extranjero
así de largo; la Resta se vuelve un momento para ver si conviene acortarlo y el buen Diez puede tomar las 
de Villadiego, desapareciendo por un portal. Pero ahora ya no  es un Diez: sólo es un Ocho y
 además le sangra la nariz.
 - Pobrecito, ¿qué te han hecho? Te has peleado con tus compañeros, ¿verdad?
"Mi madre, ¡sálvese quien pueda!", se dice el Ocho.
 La vocecilla es dulce y compasiva, pero se trata de la  División en persona. El desafortunado Ocho balbucea "buenas  tardes" con voz débil e intenta volver a la calle, pero la División es más ágil y de
 un solo tijeretazo, ¡zas!, le corta en dos trozos: Cuatro y Cuatro. Uno se lo mete en el bolsillo, 
 pero el otro aprovecha la ocasión para escapar, regresa corriendo a la calle y sube a un tranvía.
 Hace un momento era un Diez -llora- y ahora, miradme. ¡Un  Cuatro!
Los estudiantes se alejan precipitadamente; no quieren saber nada con él. El tranviario murmura:
 - Ciertas personas deberían tener por lo menos el buen sentido  de ir a pie.
- ¡Pero no es culpa mía!- grita entre sollozos el ex Diez.
 - Sí, claro, la culpa es del gato. Todos dicen lo mismo.
 El Cuatro baja en la primera parada, colorado como un sillón  colorado. ¡Ay! Ha hecho otra de las
suyas: ha pisado a alguien.
 - ¡Disculpe, disculpe señora!
Pero la señora no se ha enfadado; es más, sonríe. Vaya, vaya, ¡si es ni más ni menos que la
 Multiplicación! Tiene un corazón  así de grande y no soporta ver infelices a los demás: se  sienta
y multiplica al cuatro por tres, y he aquí un magnífico Doce, listo para contar una docena de huevos completa.
  - ¡Viva! -grita el Doce-, ¡estoy aprobado! Aprobado más dos.

Cuentos tomados de aquí.








martes, 29 de mayo de 2012

Mayo. Mes del Libro. Día 29


Ayudar a leer:

Organizarse

La desorganización puede estar reñida con la lectura. Ayudémosles a 

organizarse: su tiempo, su biblioteca...

Ser constantes

Todos los días hay que reservar un tiempo para leer. Busquemos momentos 
relajados, con buena disposición para la lectura.

Pedir consejo

El colegio, las bibliotecas, las librerías y sus especialistas serán excelentes 
aliados. Hagámosles una visita.

Escuchar

En las preguntas de los niños y los adolescentes está el camino para seguir
 aprendiendo. Estemos pendientes de sus dudas.

Estimular, alentar

Cualquier situación puede proporcionar motivos para llegar a los libros.
 Dejemos siempre libros apetecibles al alcance de nuestros hijos.

Dar ejemplo

Las personas adultas somos un modelo de lectura para niños y jóvenes. Leamos delante de ellos, disfrutemos leyendo.

Respetar

Los lectores tienen derecho a elegir. Estemos pendientes de sus gustos y de 
cómo evolucionan.

Proponer, no imponer

Es mejor sugerir que imponer. Evitemos tratar la lectura como una obligación.

Acompañar

El apoyo de la familia es necesario en todas las edades. No los dejemos solos 
cuando aparentemente saben leer.

Compartir

El placer de la lectura se contagia leyendo juntos. Leamos cuentos, novelas,
 cómics, en Internet...
Tomado de aquí

Mayo. Mes del libro. Día 28


Los diez derechos del lector

 

El escritor y profesor francés Daniel Pennac recoge en «Como una novela» (Anagrama) el decálogo de los derechos del lector:

El derecho de no leer un libro.
El derecho de saltar las páginas.
El derecho de no terminar un libro.
El derecho de releer.
El derecho de leer lo que sea.
El derecho al Bovaryismo (enfermedad textual transmisible).
El derecho de leer donde sea.
El derecho de buscar libros, abrirlos en donde sea y leer un pedazo.
El derecho de leer en voz alta.
El derecho de callarse.

Tomado de aquí

A estos diez derechos yo agrego:

Derecho a leer el final en primer lugar.

Mayo. Mes del Libro. Día 27


Predicar con el ejemplo

No «hay que leer». Ya lo decía el escritor francés y profesor de literatura Daniel Pennac en el ensayo «Como una novela» con el que lleva abriendo la mente a muchos padres y educadores desde hace 20 años: el verbo leer, como el amar o el soñar, «no soporta el imperativo». Leer es un derecho, no un deber. Es inútil obligar a leer y además resulta contraproducente porque no se transmite una afición por la fuerza.
No se contagia un «virus» que no se tiene. Si los padres no leen o sus hijos no les ven leer, difícilmente podrán convencerles de que se lo van a pasar bien leyendo. Las personas a las que les gusta leer normalmente han tenido algún familiar que les ha transmitido la pasión por los libros. La falta de tiempo no es excusa porque cuando algo realmente se quiere, se busca el tiempo, insiste Pennac.

La lectura, no siempre en soledad. Leer a un niño «es una práctica fundamental, tal vez la más importante y eficaz sobre todo con los niños que tienen dificultades para leer y les cuesta un gran esfuerzo», señala el maestro, licenciado en Historia y logopeda Pablo Pascual Sorribas. Al escuchar a sus padres, comprenden mejor el mensaje y disfrutan con la historia.

¿...y por qué en silencio? «¡Extraña desaparición la de la lectura en voz alta. ¿Qué habría pensado de esto Dostoievski? ¿Y Flaubert? ¿Ya no tenemos derecho a meternos las palabras en la boca antes de clavárnoslas en la cabeza? ¿Ya no hay oído? ¿Ya no hay música? ¿Ya no hay saliva? ¿Las palabras ya no tienen sabor? ¡Y qué más! ¿Acaso Flaubert no se gritó su Bovary hasta reventarse los tímpanos? ¿Acaso no es el más indicado para saber que la comprensión del texto pasa por el sonido de las palabras de donde sacan todo su sentido?», escribía Pennac.

No al constante «¿qué has leído?». Examinar a los niños de cada capítulo o cada libro convierte un placer en un examen, con la ansiedad que de ello se deriva. Conversar sobre un libro que se ha leído fomenta la lectura, siempre que para el niño no se sienta en un banquillo. Es el «derecho a callarse» de todo lector, porque ¿a quién no le molesta que le pregunten qué ha entendido?

No a los clásicos por obligación. La escritora Ángeles Caso describía en el artículo «Lectores del siglo XXI» como se enamoró de la literatura: «No recuerdo que mi padre me negase nunca un libro. Ni por bueno ni por malo, ni por demasiado sencillo ni por demasiado complicado, ni por moral ni por inmoral. En mi casa leíamos con la misma fruición los «Cuentos del conde Lucanor» y las historietas de Tintín, el «Poema del Cid» y las trastadas de Guillermo Brown...». Y añadía: «Si alguna vez le devolví un libro sin terminarlo, lo recogió con la misma sonrisa con que me lo había entregado, sin hacerme sentir culpable o tonta por mi desinterés». Los padres pueden alentar y estimular, pero los lectores tienen derecho a elegir.

No al «hasta que no lo acabes, no hay televisión». La televisión se convierte así en un premio y la lectura en un trabajo, en el peaje necesario hasta la tele, una contradicción. Y puede ser la tele, o la consola...
Miguel de Cervantes decía: «El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». No pongamos zancadillas.
Tomado de aquí

sábado, 26 de mayo de 2012

Mayo. Mes del Libro. Día 26

Día del Libro

 Hoy es el Día del Libro en nuestro país. Pero no podemos celebrar hoy y olvidarnos. La lectura es una responsabilidad. De nada valen las charlas, las poesías, los dibujos al respecto si no se lee. Si queremos seres pensantes transmitamos el amor por la lectura. Demos el ejemplo. No se puede decir: "Hay que leer" si nosotros no leemos. Nos estamos mintiendo. Cómo transmitir el entusiasmo que no sentimos? Somos responsables: padres, abuelos, tíos, maestros, profesores... 

Los 14 de Pilar


Un postre de chocolate para "los grandes" con todo lo prohibido.




Y como mi ahijada es una fanática, aquí está la Selección.Te quiero, Pilar.

viernes, 25 de mayo de 2012

Mayo. Mes del Libro. Día 25









A todo libro!!! Esta vez no olvidé la cámara. Grupo de Quinto Año de la Escuela 3, con la Maestra Mónica Alonso. Hermosas experiencias las de ayer.

jueves, 24 de mayo de 2012

Mayo. Mes del Libro. Día 24

Esta mañana estuve en la Escuela 124, con los grupos de Sexto año. Llegué como "el viejo de la bolsa" pero la bolsa contenía libros. Muchas gracias a la Dirección, Maestras y Niños por recibirme. Como siempre olvido algo, olvidé la cámara así que de fotos...nada. Prometí postearles unos trabalenguas o destrabalenguas. Aquí están:





Si al pronunciar 
te trabas con las palabras,
practica con trabalenguas,
porque trabalenguando, 
trabalenguando,
Te irás destrabalenguando


Éste, le dijo a éste,
que fuera donde éste.
para que éste,
mandara a éste;
si éste no va con éste,
menos irá éste con éste.


Si el verte
fuera la muerte
y el no verte fuera la vida,
prefiero la muerte
y el verte,
que no verte
y tener vida.


A Cuesta le cuesta
subir la cuesta,
y en medio de la cuesta,
va y se acuesta.


Perejil comí,
perejil cené,
y de tanto comer perejil
me emperejilé.


Si tu gusto gustara del gusto
que gusta mi gusto,
mi gusto gustaría del gusto
que gusta tu gusto.
Pero, como tu gusto no gusta
del gusto que gusta mi gusto,
mi gusto no gusta del gusto
que gusta tu gusto.


El que sabe
no es el que todo lo sabe,
sino el que sabe
donde está lo que no sabe.


Erre con erre, guitarra,
erre con erre, barril,
qué rápido ruedan las ruedas
del ferrocarril.


Compré pocas copas,
pocas copas compré,
y como compré pocas copas,
pocas copas pagué.



Estos trabalenguas fueron tomados de aquí, pero puedes encontrar más aquí y acá y... acullá.


miércoles, 23 de mayo de 2012

Mayo. Mes del Libro. Día 23

Mi Bitácora Lectora: Contando Cuentos: El viernes pasado me invitaron de mi escuela a contar cuentos. Acepte y fui muy bien recibida. Fue una oportunidad muy linda donde disfrut...

Mayo. Mes del Libro.Día 23

Hoy vamos con textos en verso. Son los primeros textos que memorizan los niños, por una razón fácilmente reconocible. La rima  hace que esos sonidos se "peguen" al oído y se puedan recordar. Las nanas, por ejemplo, son breves textos en verso. Hay canciones que se asocian a los juegos infantiles y como son de tradición oral se pueden encontrar distintas versiones.


 Recopilada por Carlos Blanco Sánchez.

El barquero
Al pasar la barca,
me dijo el barquero:
—Las niñas bonitas
no pagan dinero.
—Yo no soy bonita,
ni lo quiero ser.
¡Arriba la barca
de Santa Isabel!
Y al volver la barca,
me volvió a decir:
—Esta morenita
me ha gustado a mí.


Recopilada por Graciela Repún. Tomado de http://blogs.educared.org/labibliodeloschicos/?p=328
Tengo una muñeca
Tengo una muñeca

vestida de azul,
camisita blanca
con su canesú.

La saqué a paseo

y se constipó,
la puse en la cama
con mucho dolor.

Dos y dos son cuatro,

cuatro y dos son seis,
seis y dos son ocho
y ocho diez y seis.

Ocho veinticuatro

y ocho treinta y dos.
¡Anima bendita!
Me arrodillo en vos.



Rimas de sorteo. Recopilación de Graciela Repún. Tomados de http://blogs.educared.org/labibliodeloschicos/?p=321
 Pan y tomate,
para que no te escapes.
Pan y tocino,
para que vengas conmigo.




En un café se rifa un gato,
al que le toque el cuatro,
uno, dos, tres y cuatro.



En la casa de Andrés
todos cuentan hasta tres.
Uno, dos y tres.



En la casa de Renato
todos cuentan hasta cuatro.
Uno, dos, tres y cuatro.


En la casa de Francisco
todos cuentan hasta cinco.
Uno, dos, tres, cuatro y cinco.


A la vuelta de mi casa

me encontré con Pinocho,
y me dijo que contara
hasta ocho.
Pin, uno, pin, dos, pin, tres,

pin, cuatro, pin, cinco, pin, seis,
pin, siete, pin, ocho.


Pin, pin, San Agustín,

la meca, la seca, la tortoleca.
El hijo del rey pasó por aquí
comiendo maní,
a todos les dio menos a mí;
la gallina encluecada
puso un huevo en la granada,
puso uno, puso dos,
puso tres, puso cuatro,
puso cinco, puso seis,
puso siete, puso ocho, pan y bizcocho
para el burro mocho,
palos con palos para los caballos
tuturutú para que salgas tú.


Ta te tí.
suerte para mí.


Ta te tí,
suerte para ti,
chocolate con maní


Ta te tí

suerte para mí,
si no es para mí
será para ti,
ta te ti….


Una doli tuá 

de la limentuá
osofete colorete
una doli tuá…
Pisa pisuela
color de ciruela,
vía vía o este pie,
no hay de menta ni de rosa
para mi querida esposa
que se llama doña Rosa.




Seguramente conoces otras versiones de estos textos. Sería lindo poder recuperarlas







martes, 22 de mayo de 2012

Mayo. Mes del Libro. Día 22


“…un día mientras ojeaba un libro, la palabra “ratón” le pareció entera y de inmediato adquirió sentido. Miró la palabra y la imagen de un ratón gris se estampó en su cabeza. Siguió leyendo y cuando entrevió la palabra “caballo”, oyó los golpes de sus cascos en el suelo y vio el sol resplandecer en sus crines. La palabra “corriendo” la golpeó de repente, y ella empezó a jadear, como si de verdad hubiese estado corriendo. La barrera entre el sonido de cada letra y el sentido de una palabra entera se había caído. Ahora, con un simple vistazo, la palabra impresa le revelaba su sentido. Leyó rápidamente unas páginas y estuvo a punto de desmayarse por la emoción. Quería gritarlo al mundo entero: ¡Sabía leer! ¡Sabía leer!”(1)

(1) SMITH, BETTY (2008) Un árbol crece en Brooklyn. Argentina.Lumen.pág 172 



"Quien no haya pasado nunca tardes entera delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído sobre la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado...



Quien nunca haya leído en secreto o a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito...



Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida les parecería vacía y sin sentido...



Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podría comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces."(1)

(1) ENDE,Michael. La historia interminable.1983.Círculo de Lectores. Barcelona. pág.12



 Este cuento se llama El ingrediente secreto y es de Pamela Archanco. Lo encontré en http://www.imaginaria.com.ar. Me gustó lo del ingrediente secreto porque no es taaan secreto y es el mismo que usan las mamás cuando preparan nuestra comida, y el mismo que agregan las maestras/os cuando planifican su clase, el que no nos puede faltar para preparar nuestros trabajos y para la vida misma. Como debe ser. Aquí va el cuento:


Ronaldo Corazón de Caldo era un famoso caballero.
Famoso por ser valiente y justo.
Famoso por ser bueno y generoso.
Famoso por sus increíbles acciones.
Y famoso por su extraño nombre… ¿”Corazón de Caldo”? ¿Sería porque su corazón hervía apasionado? Nadie podía asegurarlo. Como tampoco nadie sabía de dónde su fuerza provenía. ¿Tendría algo que ver el caldo que todas las mañanas le daba la princesa Violeta, la más bella y dulce de todas las princesas?
Sus enemigos habían intentado descubrir inútilmente qué contenía…
Hubo uno entre todos ellos, el malvado caballero Trifón, que estaba dispuesto a todo con tal de averiguarlo. Un día, tomó prisionera a la hermosa Violeta y la encerró en la torre más alta de su alto castillo.
—Si no preparas el caldo, jamás volverás a ver a Ronaldo —la amenazó despiadado.
—¡Ay de mí! —se lamentó la princesa—. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino obedecer?
—¿Qué ingredientes necesitas? —le preguntó Trifón.
—Buen alimento para el cuerpo y el corazón: agua cristalina del arroyo azul, papas y batatas de la tierra negra, zanahorias tiernas, cebollas lloronas, zapallo en calabaza, acelga con olor a verde y apios crujientes —respondió muy segura ella.
—¡Qué asco! —dijo él resignado.
Cada mañana, Violeta preparaba el caldo como siempre lo hacía, pero ningún efecto producía en Trifón cuando él lo bebía.
—¡Me engañas! —gritaba enfurecido—. ¡Acá hay caldo escondido!
Una tarde, Ronaldo se presentó a rescatar a Violeta. La batalla fue terrible. Lucharon a caballo y con lanzas. A pie y con espadas. Cuerpo a cuerpo y con cucharón. Y no importaba la forma o el arma, Ronaldo era tan buen competidor que siempre resultaba vencedor.
Finalmente, maltrecho por la pelea y aburrido de tomar tanto caldo sin ningún resultado, Trifón, el malvado, emprendió la retirada y la princesa fue liberada.
¿Cuál era el ingrediente secreto que volvía tan especial el caldo para Ronaldo?
El amor que ponía Violeta al prepararlo.


Como me gustó mucho el cuento, busqué otro de la misma autora. Lo encontré aquí

Tobías investiga  
Desde muy pequeño, Tobías mostró un gran interés por la ciencia.
Cuando todavía usaba la sillita alta para comer, se propuso descubrir qué objetos llegaban más rápido al piso: ¿el plato o la cuchara?; ¿los sólidos o el líquido?
Más adelante, estudió qué ocurría con el agua mientras aspiraba o soplaba en la bombilla del sorbito.
Apenas empezó a gatear, pudo experimentar más. Así descubrió cuántas migas de pan pueden ocupar el interior de una cerradura o qué objetos pasan sin dificultad por la rejilla del lavadero. También comprobó que los autitos no se deslizan mejor si han sido enfriados en la heladera o recubiertos con crema de manos. Además, dejó planteado un enigma para la Ciencia: por qué todo objeto que iba a parar debajo del mueble del comedor desaparecía para siempre.
Cuando comenzó a hablar, comprendió que los adultos no podían dar una buena respuesta a la mayoría de sus preguntas: “¿Por qué no puedo respirar bajo el agua?”; “¿Un hielo se derrite más lentamente en una copa que en el sillón?”, “¿Qué se quema más rápido en el fuego de la hornalla: la espumadera o el repasador?”.
“Ni se te ocurra intentarlo”, le respondían sus padres.
Al empezar la escuela, comenzó a anotar los resultados de sus investigaciones.
En esa época, escribió algunos principios fundamentales, como:
a-Todo objeto que entra no siempre sale del lugar en donde se lo ha metido.
b- Es muy difícil colocar nuevamente en su frasco un líquido que se ha volcado.
c- El vidrio pierde su transparencia si se apoyan muchas veces las manos en él.
d- No es posible ver a través de algo opaco hasta que se hace un agujero.
Desde pequeño aplicó su método de trabajo: primero, observar (especialmente que ningún adulto estuviera cerca); luego, experimentar (para poner a prueba todo lo que le decían que no se podía hacer) y por último, sacar una conclusión (en muchos casos, ésta coincidía con lo que ya le habían avisado los grandes).
Gracias a este método, pudo enunciar estas leyes:
I- El agua corre la tinta de lapicera y ya no puede leerse bien (así ocurrió con la tarea de matemática de Delfina, su hermana mayor).
II- El quita esmalte remueve otro tipo de tintas (por ejemplo, los dibujos del jarrón de cerámica de su abuela Felisa).
III- La lavandina destiñe los colores (es el caso de la blusa azul de la tía Chola).
El último informe en su cuaderno presenta las instrucciones para hacer una prueba con jabón. Allí podemos leer:
Materiales: bañera, jabón en polvo, agua caliente.
Procedimiento: vaciar el paquete de jabón en polvo en la bañera. Luego, abrir el agua caliente y permitir la salida del agua en forma continua.
Resultados: se obtiene una masa espumosa que desborda la bañera, se desliza por la cerámica del baño, el parquet del pasillo, y la alfombra del comedor hasta llegar al palier del departamento.
Efectos secundarios: los paseos son suspendidos por un mes.
En la actualidad, Tobías se encuentra totalmente dedicado al estudio de los usos y transformaciones del chicle.