Hoy es el Día de la Literatura Infantil y Juvenil. Se conmemora hoy, 2 de Abril, por que es el cumpleaños de Hans Christian Andersen, nacido en 1805. Para festejar vamos a leer uno de sus cuentos: Juan,el bobo.
Allá
en el campo, en una vieja mansión señorial, vivía un anciano propietario que
tenía dos hijos, tan listos, que con la mitad hubiera bastado. Los dos se
metieron en la cabeza pedir la mano de la hija del Rey. Estaban en su derecho,
pues la princesa había mandado pregonar que tomaría por marido a quien fuese
capaz de entretenerla con mayor gracia e ingenio.
Los dos hermanos estuvieron preparándose por espacio de ocho días;
éste era el plazo máximo que se les concedía, más que suficiente, empero, ya
que eran muy instruidos, y esto es una gran ayuda. Uno se sabía de memoria toda
la enciclopedia latina, y además la colección de tres años enteros del
periódico local, tanto del derecho como del revés. El otro conocía todas las
leyes gremiales párrafo por párrafo, y todo lo que debe saber el presidente de
un gremio. De este modo, pensaba, podría hablar de asuntos del Estado y de
temas eruditos. Además, sabía bordar tirantes, pues era fino y ágil de dedos.
-Me llevaré la princesa -afirmaban los dos; por eso su padre dio a
cada uno un hermoso caballo; el que se sabía de memoria la enciclopedia y el
periódico, recibió uno negro como azabache, y el otro, el ilustrado en
cuestiones gremiales y diestro en la confección de tirantes, uno blanco como la
leche. Además, se untaron los ángulos de los labios con aceite de hígado de
bacalao, para darles mayor agilidad. Todos los criados salieron al patio para
verlos montar a caballo, y entonces compareció también el tercero de los
hermanos, pues eran tres, sólo que el otro no contaba, pues no se podía
comparar en ciencia con los dos mayores, y, así, todo el mundo lo llamaba el
bobo.
-¿Adónde vais con el traje de los domingos? -preguntó.
-A palacio, a conquistar a la hija del Rey con nuestros discursos.
¿No oíste al pregonero? -y le contaron lo que ocurría.
-¡Demonios! Pues no voy a perder la ocasión -exclamó el bobo-. Y
los hermanos se rieron de él y partieron al galope.
-¡Dadme un caballo, padre! -dijo Juan el bobo-. Me gustaría
casarme. Si la princesa me acepta, me tendrá, y si no me acepta, ya veré de
tenerla yo a ella.
-¡Qué sandeces estás diciendo! -intervino el padre-. No te daré
ningún caballo. ¡Si no sabes hablar! Tus hermanos es distinto, ellos pueden
presentarse en todas partes.
-Si no me dais un caballo -replicó el bobo- montaré el macho
cabrío; es mío y puede llevarme.
Se subió a horcajadas sobre el animal, y, dándole con el talón en
los ijares, emprendió el trote por la carretera. ¡Vaya trote!
-¡Atención, que vengo yo! -gritaba el bobo; y se puso a cantar con
tanta fuerza, que su voz resonaba a gran distancia.
Los hermanos, en cambio, avanzaban en silencio, sin decir palabra;
aprovechaban el tiempo para reflexionar sobre las grandes ideas que pensaban
exponer.
-¡Eh,
eh! -gritó el bobo, ¡aquí estoy yo! ¡Mirad lo que he encontrado en la
carretera!-. Y les mostró una corneja muerta.
-¡Imbécil! -exclamaron los otros-, ¿para qué la quieres?
-¡Se la regalaré a la princesa!
-¡Haz lo que quieras! -contestaron, soltando la carcajada y
siguiendo su camino.
-¡Eh, eh!, ¡aquí estoy yo! ¡Miren lo que he encontrado! ¡No se
encuentra todos los días!
Los hermanos se volvieron a ver el raro tesoro.
-¡Estúpido! -dijeron-, es un zueco viejo, y sin la pala. ¿También
se lo regalarás a la princesa?
-¡Claro que sí! -respondió el bobo; y los hermanos, riendo
ruidosamente, prosiguieron su ruta y no tardaron en ganarle un buen trecho.
-¡Eh, eh!, ¡aquí estoy yo! -volvió a gritar el bobo-. ¡Voy de
mejor en mejor! ¡Arrea! ¡Se ha visto cosa igual!
-¿Qué has encontrado ahora? - preguntaron los hermanos.
-¡Oh! -exclamó el bobo-. Es demasiado bueno para decirlo. ¡Cómo se
alegrará la princesa!
-¡Qué asco! -exclamaron los hermanos-. ¡Si es lodo cogido de un
hoyo!
-Exacto, esto es -asintió el bobo-, y de clase finísima, de la que
resbala entre los dedos - y así diciendo, se llenó los bolsillos de barro.
Los hermanos pusieron los caballos al galope y dejaron al otro
rezagado en una buena hora. Hicieron alto en la puerta de la ciudad, donde los
pretendientes eran numerados por el orden de su llegada y dispuestos en fila de
a seis de frente, tan apretados que no podían mover los brazos. Y suerte de
ello, pues de otro modo se habrían roto mutuamente los trajes, sólo porque el
uno estaba delante del otro.
Todos los demás moradores del país se habían agolpado alrededor
del palacio, encaramándose hasta las ventanas, para ver cómo la princesa
recibía a los pretendientes. ¡Cosa rara! No bien entraba uno en la sala,
parecía como si se le hiciera un nudo en la garganta, y no podía soltar
palabra.
-¡No sirve! -iba diciendo la princesa-. ¡Fuera!
Llegó
el turno del hermano que se sabía de memoria la enciclopedia; pero con aquel
largo plantón se le había olvidado por completo. Para acabar de complicar las
cosas, el suelo crujía, y el techo era todo él un espejo, por lo cual nuestro
hombre se veía cabeza abajo; además, en cada ventana había tres escribanos y un
corregidor que tomaban nota de todo lo que se decía, para publicarlo enseguida
en el periódico, que se vendía a dos chelines en todas las esquinas. Era para
perder la cabeza. Y, por añadidura, habían encendido la estufa, que estaba
candente.
-¡Qué
calor hace aquí dentro! -fueron las primeras palabras del pretendiente.
-Es
que hoy mi padre asa pollos -dijo la princesa.
-¡Ah!
-y se quedó clavado; aquella respuesta no la había previsto; no le salía ni una
palabra, con tantas cosas ingeniosas que tenía preparadas.
-¡No
sirve! ¡Fuera! -ordenó la princesa. Y el mozo hubo de retirarse, para que
pasase su hermano segundo.
-¡Qué
calor más terrible! -dijo éste.
-¡Sí,
asamos pollos! -explicó la hija del Rey.
-¿Cómo
di... di, cómo di... ? -tartamudeó él, y todos los escribanos anotaron: «¿Cómo
di... di, cómo di... ?».
-¡No
sirve! ¡Fuera! -decretó la princesa.
Le tocó
entonces el turno al bobo, quien entró en la sala caballero en su macho cabrío.
-¡Demonios,
qué calor! -observó.
-Es
que estoy asando pollos -contestó la princesa.
-¡Al
pelo! -dijo el bobo-. Así, no le importará que ase también una corneja,
¿verdad?
-Con
mucho gusto, no faltaba más -respondió la hija del Rey-. Pero, ¿traes algo en
que asarla?; pues no tengo ni puchero ni asador.
-Yo
sí los tengo -exclamó alegremente el otro-. He aquí un excelente puchero, con
mango de estaño.
Y,
sacando el viejo zueco, metió en él la corneja.
-Pues,
¡vaya banquete! -dijo la princesa-. Pero, ¿y la salsa?
-La
traigo en el bolsillo -replicó el bobo-. Tengo para eso y mucho más.
Y
se sacó del bolsillo un puñado de barro.
-¡Esto
me gusta! -exclamó la princesa-. Al menos tú eres capaz de responder y de
hablar. ¡Tú serás mi marido! Pero, ¿sabes que cada palabra que digamos será
escrita y mañana aparecerá en el periódico? Mira aquella ventana: tres
escribanos y un corregidor. Este es el peor, pues no entiende nada.
-Desde
luego, esto sólo lo dijo para amedrentar al solicitante. Y todos los escribanos
soltaron la carcajada e hicieron una mancha de tinta en el suelo.
-¿Aquellas
señorías de allí? -preguntó el bobo-. ¡Ahí va esto para el corregidor!
Y,
vaciándose los bolsillos, arrojó todo el barro a la cara del personaje.
-¡Magnífico!
-exclamó la princesa-. Yo no habría podido. Pero aprenderé.
Y
de este modo Juan el bobo fue Rey. Obtuvo una esposa y una corona y se sentó en
un trono
Y todo esto lo hemos sacado del diario del corregidor,
lo cual no quiere decir que debamos creerlo a pies juntillas.
2 comentarios:
Hola, no hay nada mejor que la lectura. Bonito cuento para este día tan especial. Seguimos en contacto
jejejej nunca habia oido hablar de este cuento...pero como siempre no se debe juzgar a nadie!!! un cuento magnifico!! ;)
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