Volvió, pero no con la frente marchita. Volvió como si no hubiera pasado nada. Apreto el botón correspondiente y oh sorpresa! pronta para trabajar. No dió explicaciones y por una relación de amistad y respeto tampoco le pregunté. Pero no le dí el gusto de contarle las horas de angustia que pasé por ella. Se parece a mis gatos cuando pasan sus noches de amores por techos y azoteas y vuelven de lo más campantes al amanecer preguntando : -¿Qué hay para desayunar? Reclamando mimos y un lugar tranquilo (si es mi cama, mejor) para reponer energías.
Supongo que esta "escapada" marca una nueva etapa en nuestra relación. Yo la miro con desconfianza y ella...Ella como si nada. Esto me recuerda algo que oí hace un tiempo. Yo caminaba por Sarandí, en la ciudad de Rivera y delante de mí lo hacían una madre con su hijo adolescente. Seguramente les acababan de entregar sus notas porque la mamá sacudía el carné en la mano y vociferaba en portuñol que el hijo era un mentirosao, un haragán, que hacía el cuento de que estudiaba para no trabajar, que lo habían mandado de campaña a la ciudad para que tuviera un futuro mejor, que estaban gastando, que no sabía en qué gastaba su tiempo y de pronto lo único que le oigo al muchacho fue: -Fala de otra coisa!
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