Ya he contado como llegó Jaén a casa. Fue regalo de una amiga porque a mí me encantan los gatos negros. Llegó un mes después, más o menos, que Cosita Linda. Se hicieron inseparables. También he contado su dependencia de Cosita y como entraba a casa gritando cada vez que éste andaba por alturas de las que no podía descender solo. Por las noches dormían en mi cama. Apenas notaba subir a Cosita en la oscuridad pero Jaén tomaba carrera e invariablemente aterrizaba sobre mi cabeza. Gran bebedor de leche, no podía faltar en su plato porque en medio de la noche lo escuchaba bajar de la cama, correr a la cocina, beber leche y volver a acostarse. Esto nos hacía mucha gracia. El año pasado Cosita Linda murió envenenado por alguna mano muy cruel (Dios no se lo tenga en cuenta) y Jaén cambió sus hábitos. Nunca más durmió en mi cama ni dentro de casa. Salía por las noches y no había forma de retenerlo. Cerrábamos puertas y ventanas pero era tal su deseperación que le permitíamos salir. Con frío o con lluvia, no importaba. Al amanecer maullaba en la ventana. Entraba, comía, reclamaba su leche y a dormir en un lugar tranquilo. Rechazaba los mimos excesivos. Sobre el mediodía se desperezaba, hacía su almuerzo y otro largo sueño hasta la tardecita. La cena y...¡afuera! Era un gato hermoso, grande, de pelo lustroso. Hace unos días se murió. Espero que haya encontrado a su amigo Cosita Linda y estén jugando juntos.
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