Cuando me contaron, en La Josefita, que al mediodía solían aparecer dos lagartos a tomar sol cerca del patio, me preparé cámara en mano. Apareció el más pequeño. Era un lagarto overo, un "teyú guazú" (lagartija grande). No le pareció buena idea lo de las fotos. Huyó hacia un montecito y yo detrás. Cuando creyó que estaba debidamente camuflado entre las hojas secas y algunas hierbas se detuvo y conseguí acercarme lo suficiente para descubrir en sus ojos una profunda nostalgia de dragón.
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